¿Iglesia cristiana o pseudo-cristiana?
Hace poco, un amigo m
e alentó a leer una publicación que lanzaba una entrevista a la actual cabeza de esta organización eclesial. En ella, se vislumbraba esperanza de que la Iglesia romana reabriera el diálogo con esta Iglesia. Tras los errores que se pudieron dar en el seno de la Iglesia romana los pasados meses (fallos reconocidos por el mismo episcopado), Ratzinger pasó la página de la polémica de estos acontecimientos cuando esta asociación decidió, por su cuenta, ordenar a presbíteros en un momento delicado del diálogo. Las dos posturas enfrentadas (Roma e Iglesia de Pío X) congelaron sus relaciones, de modo que la problemática volvió al seno de dónde partió.
El tiempo de verano, que es un momento inigualable para relajarse, leer en la playa el libro de Jonás y repensar el camino de nuestras vidas, ha hecho mella en la rigidez del discurso de nuestros amigos Lefebvres y, parece ser que, ahora, vuelven a estar dispuestos a dialogar. Aunque, si leemos la entrevista mencionada anteriormente, más que un diálogo, la sensación que dan es la de presentarse a los demás con un monólogo, eludiendo todo tipo de apertura a una autocorrección.
La problematicidad de este asunto se podría abordar en muchas páginas de modo más profundo. Pero, a mi juicio, tanto los lectores como el que escribe perderían un tiempo muy vigoroso para la construcción del Reino y la preocupación por otros asuntos de mayor calado. Por ello, ahora sólo se va expresar, con ambición sintética, el camino que deberían recorrer estos hermanos si pretenden alcanzar unidad (no uniformidad) en la pluralidad de las Iglesias cristianas. Estos razonamientos que se van a esgrimir pueden ser extrapolados de este acontecimiento y, de igual modo, servir a otras Iglesias que se hayan separado sustancialmente del camino de Jesucristo, que no es otro que una hoja de ruta estrictamente evangélica. Allá van los puntos que deben aceptar para que el cristianismo reconociera al movimiento de Lefreve como una comunidad de Jesús, y no como una secta pseudo-cristiana:
1.- Supone un craso error que cualquier cristiano de hoy denueste del judaísmo. Tanto la tradición del pensamiento occidental, como la fe cristiana, beben de Israel. Abrahán es nuestro padre en la fe; y su llamada es hoy nuestra llamada. Nuestra raza (cristiana), está vinculada con su raza (judaica). Nosotros somos hijos no sólo de este personaje, sino también de Isaac, de Jacob y de todos que en la Antigua Alianza se han entregado a la voluntad de Yahvé.
No podemos olvidar lo que decía Pablo en su carta a los Romanos (11, 17, 24): ¡nos nutrimos de la raíz del buen olivo (judíos), en el que han sido injertadas las ramas del olivo silvestre (gentiles)! Jesús de Nazaret profesó la fe judía y espetó: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17-19). Cualquier comunidad cristiana ha de tener este mismo sentir, que es el del propio Jesús el Cristo (salvador).
La otra cara del problema de algunos cristianos con el judaísmo es la peligrosa acusación que pueden hacerse dentro de algunos grupúsculos cristianos con vocación, cuando menos, de un nacionalsocialismo a la usanza de Goebbels. Fuertes acusaciones como “los judíos fueron los que acabaron con Jesús” no son más que reminiscencias racistas de políticas hitlerianas. A Jesús le crucificaron y siguen crucificándole aquellos que no aceptan su mensaje salvador.
2.- Otro error salomónico: volver a los tiempos del Syllabus, ¡regresar a Pío IX! ¿Volver a pensar que la Ilustración y la modernidad es una amenaza para la fe? Sobre este tema ya hemos hablado en este AREÓPAGO (https://pensemosenelareopago.wordpress.com/2009/07/01/ateismo-iii/ ) y creemos que no es preciso incidir mucho más.
Basta decir sucintamente que hoy, todos los seres humanos, disfrutamos del giro copernicano que el pensamiento dio cuando las nuevas disciplinas franquearon la puerta de salida del periodo medieval: tanto en el humanismo (filosofía, sociología, politología, psicología, teología); como en el empirismo científico (física, matemáticas, biología, medicina, tecnología). De ellas nos servimos en nuestra realidad existencial desde para las cosas más cotidianas (transportarnos en un coche) hasta para las más complejas (transplante de un órgano). Negar esta realidad es caer en una contradicción preocupante, digna de un riguroso estudio psicológico. La fe no tiene por qué ser opuesta a otras vías de conocimiento. Es más, otras vías han conseguido fortalecer el corazón sencillo del que se acerca al Misterio.
3.- Otro error garrafal es volver a una teología cosificante y cosificadora del Misterio, que quede materializada en una liturgia tridentina. Con personajes como Lutero, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Heidegger, Barth, Guardini, Buber, Marcuse, Juan XIII y Pablo VI hemos superado una visión de la realidad superficial, anquilosada en Aristóteles, Tomás de Aquino y en los jesuitas neoescolásticos del XVIII . ¡¿La intrínseca unidad se da solo entre ente y ser!? Entonces, ¡¿Donde dejamos nuestra existencia?! El ser humano es un peregrino que desea encontrar una ciudad llamada Verdad, pero para pernoctar en ella (desde su existencia) y no ver su panorámica desde una avioneta (fuera de ella), como si fuera algo aislado a la experiencia del visitante que quiere alojarse no, precisamente, en el suburbio de la metrópoli.
Asentado este principio, la celebración de la fe o la liturgia ha de ser una expresión directa del corazón (revisar la teología de Jeremías). La expresión de una fe que está aislada de las dimensiones existenciales del hombre (cuerpo, sentimientos y razón) se eclipsa en un teatro o una parafernalia farisaica. Asimismo, el hombre de nuestro tiempo tiene una forma distinta de experimentar sus angustias, fracasos, emociones, esperanzas, jovialidades y, por tanto, sentimientos espirituales. Antes no existían ni los mismos instrumentos musicales, ni vestidos como los de hoy, ni la simbología artística era la misma. Por ello, la fe de hoy, en su última expresión, nunca podrá ser como la de ayer.
Es importante que estas palabras calen en una reflexión serena. A veces, el problema de la celebración se minimiza aludiendo a la lengua en la que se celebra, vestidos de los ministros y demás asistentes, música, expresión artística, etc. Sin embargo, desgradaciadamente, como se ha explicado, el problema no goza de dicha nimiedad; puesto que es mucho más profundo. El pulso entre vivir o presenciar una celebración comunitaria es algo que las Iglesias deberían meditar reposadamente.
4.- El respeto hacia otras religiones y la ansiada unidad en la pluralidad eclesial (ecumenismo) es una condición siene qua non para caminar según la hoja de ruta de Jesús de Nazaret. Pablo nos lo ratificaría en Ef 2. Si una familia está rota: ¿quién osaría no promover la reconciliación de cada uno de sus miembros? La misión no es sencilla, pues cada hermano tiene sus genes iguales (se supone) pero no sus adherencias e impacto histórico adquirido. Por lo tanto, cada uno de ellos, como han fraguado su personalidad de modo distinto, si tuvieran que reencontrarse y vivir en un mismo domicilio, no todos serían capaces de convivir con la misma facilidad. ¿Qué se propone desde este AREÓPAGO? Que cada hermano se hiciera un análisis y comprobase si el ADN de cada uno es el original. Puede que no lo sea y que los genes hayan sido variados, debido a un misterioso analgésico que ha trastocado todo.
En palabras más explicitas, hemos llegado al punto más elemental, por el que podemos razonar si una comunidad es o no cristiana. El ADN, como bien deducirá el lector, es el Evangelio. Podríamos enumerar un sinfín de casos en los que muchas Iglesias han violado el mensaje originario de Jesús, de modo que el mal se ha topado vigorosamente en ellas. ¡A cuántos casos, históricamente graves, hemos asistido en los que la Iglesia sólo ha tenido de cristiano su propio nombre!
En síntesis, el criterio más elemental para deducir si una comunidad es o no cristiana es examinarla según el molde o perfil de Jesús. Un exámen que debe regirse sólo por una solidez argumentativa fundada en el Evangelio. Si su mensaje ha quedado trivializado, ¡el tiempo apremia!, ¡es hora de replegar las velas y desandar lo andado!
Nada mejor que acabar con la intuición del poeta: “Para dialogar, preguntad, primero; después… escuchad” (Machado).
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