“Dado el horror al libro que en España domina”

El periódico subsiste como «plazuela intelectual»

               La Edad de Plata de la cultura española se caracterizó por ser pavorosamente ineficaz en cuanto al periodismo como nicho de información, a diferencia de países como Inglaterra que fue un indiscutible adalid de la información.  Sin embargo, en nuestro país, grandes intelectuales se arrojaron al ruedo, afinaron sus plumas y utilizaron los medios de comunicación social.

            Esta realidad podría ser desentrañada de dos modos: el periodismo como recurso para escenificar las ideas de un autor, con el objeto de cautivar y dejar ciertas incertidumbres al lector para la adquisición de su obra; o el periodismo como medio exclusivamente destinado a la  supervivencia económica del literato.

               Es doloroso exponerlo, pero el gran interés de muchos de los intelectuales de la época por asomarse a los periódicos se asienta en la segunda interpretación. En efecto, escritos de no pocos periodistas explicitan esta reflexión. Parece como si el trabajo de elaboración de artículos periodísticos resultase arduo y pesado, por restar tiempo a actividades más productivas para estos técnicos del intelecto.

               A veces, cuando el orgullo se transforma en vanidad, corremos el peligro de caer en una egolatría profundamente dañina y perniciosa para nosotros mismos, de  modo que nos hace apuntar sentencias que verdaderamente no acampan ni en nuestro pensamiento ni en nuestro corazón. En este sentido, no es desatinado sospechar que escritores como Azorín, Baroja, Maeztu, Machado, Pérez de Ayala, Eugenio de O´rs, Ramón Gómez de la Serna, Ortega, Maragall, o Unamuno no sólo buscaron espuriamente una remuneración económica en la prensa, sino que inquirieron en este oficio con el ardor de «agitar los espíritus para crear opinión pública», como este último diría.

                Y, como anotó Unamuno, «dado el horror al libro que en España» dominaba, célebres pensadores como Ortega tuvieron la osadía de fundar un diario, para que su obra brotase «en la plazuela intelectual».  En consecuencia, el maridaje profesional establecido entre escritores y periodistas cobrará un amplio sentido de aquí en adelante.

              Ambas tareas tienen la vocación de hacer pensar a las gentes y transmitir una serie de valores y conocimientos que rebosan de la pluma del pensador. La sana influencia de aquel que atesora inquietudes intelectuales son los cimientos que construyen el baluarte profesional de escritor. El instrumento puede ser una obra literaria, un ensayo, un periódico, una revista, una radio, un programa de televisión o un blog; pero el objetivo que viaja de modo subterráneo por el comunicador apunta hacia la transmisión de lo discurrido en el caminar de la vida.

            Podríamos nombrar a un cúmulo de intelectuales de hoy que se han encontrado en la misma tesitura que los de la edad de plata, ya que siendo escritores de vocación han encontrado en el periodismo otra forma para afinar la reflexión: Francisco Ayala, Antonio Gala, Juan Manuel de Prada, Fernando Savater Eduardo Punset o Patricia Cornwell son exponentes de ello. Otros, sin embargo, descubrieron el periodismo como vehículo emisor para infiltrarse luego en el mundo de los libros, colaborando  esporádicamente con los periódicos en la actualidad. Figuras paradigmáticas que emprendieron esta singladura son Miguel Delibes, Arturo Pérez Reverte, Rosa Montero, Ken Follet o Stieg Larsson.

              A  todos ellos les mueve escudriñar las perspectivas posibles para descubrir los rincones más apetecibles de la verdad. Toda persona a la que su corazón le reclama un mínimo de inquietudes se arroja de forma apasionada en esta búsqueda y cree ir descubriendo, buceando y aproximándose a la realidad tal cual es. Y, como cuando tienes un hermoso sueño, te despiertas, y deseas comunicárselo a la persona que más quieres; la vocación del periodista y del escritor contempla un amor tan altruista y universal que no cabe mayor ansia que comunicar lo soñado al amplio coro de la humanidad.  

                Por ello, periodistas y escritores son localizados en la misma plazuela.  El libro y el periódico representan dos inexorables instrumentos para seducir cada alma a golpe de ideas, valores y verdades. Ambas herramientas son como esa cuerda y ese ramo de rosas que utiliza Romeo para acceder al balcón y embelesar a su deseada Julieta. Pero sin olvidar que, en última instancia, es la personalidad del amado en general, y su corazón en particular, aquello que verdaderamente encandila la vida y existencia de su amada.