Un giro teológico copernicano: la aceptación del conocimiento moderno y la unidad de las Iglesias.
(Recomendación: leer antes el ateísmo I y II)
El momento en el que la Modernidad y la ciencia empírica destierran a la teología de la explicación de los fenómenos cosmológicos, el hecho religioso se torna superfluo para la mayoría de los intelectuales. La Institución religiosa occidental no sabe aceptar el desarrollo erudito del hombre racional, de modo que la única respuesta es la del combate, manifestada en una lucha encarnizada contra cualquier hipótesis que intimidase a la doctrina. Ejemplos de esta aserción los encontramos en el tratamiento del caso Copérnico, Galileo, Newton, Darwin y científicos de orden inferior que fueron severamente perseguidos.
La hostilidad entre la teología y las ciencias naturales, engendradas sobre todo en la pugna de la teoría de la evolución, desgastó el pensamiento cristiano, de modo que este se quedó anquilosado en una cosmovisión medieval. Culpables: cuantiosos. Víctimas: cuantiosas. Tanto la teología protestante fundamentalista, que seguía aferrada a las palabras literales de la Biblia, como la teología escolástica tradicional (asentada con virulencia en el latín, en el arte barroco español y en sus tramoyas supersticiosas), apartaron a muchos hombres de una fe sencilla en Jesús de Nazaret.
La interpretación literal bíblica de la creación del mundo en seis días (doctrina creacionista fraguada desde el Gn 1), la creación de una sola pareja humana (doctrina del monogenismo inventada desde el Gn 2) y la alusión a la maldad intrínseca del hombre (solucionada desde la caída de Adán y Eva en Gn 3), (recordemos que la Escritura afirma que somos imagen de Dios, aunque “llevamos este tesoro en recipientes de barro” 2 Cor 4, 7), provocó la escisión insalvable que venimos relatando.
Teólogos como Rahner, Congar, Barth y Küng, y papas como Juan XXIII y Pablo VI, agilizaron la fragmentación existente entre ciencia y religión, filosofía y teología, razón y fe. Para esta última personalidad, el drama de la sociedad occidental era la honda dicotomía existente entre el evangelio y la cultura (EN, 20). Desde ahí se fueron trazando lentos principios, que abogaron por una diáfana discontinuidad en el método teológico:
– Se abrió el camino a una nueva metodología histórico-crítica de la Sagrada Escritura, que rompiese con la estricta literalidad de los textos (DV 12). Sin rechazar la inspiración del Espíritu, se deliberó despojar toda cáscara (cultura judaica) del texto bíblico, para quedarse con el fruto del mismo (su contenido y su verdad para el hombre de cualquier tiempo).
– Con Lutero se eliminaron los métodos neoescolásticos de la cosmovisión de la realidad, que lo único que hacía eran obstaculizar el verdadero encuentro experiencial del hombre con Dios. De esta forma, la fe ya no se cosificaría, como si esta fuera dibujada escrupulosamente con una escuadra y cartabón. A partir de ese instante, el cometido de la teología fue el de plantear el sentido de la vida para el hombre coetáneo, no bajo supuestos griegos, medievales o renacentistas, sino bajo las actuales condiciones de comprensión, dentro del contexto histórico-espiritual de cada momento (GS 44).
– Desde Hegel y Teilhard, no hemos de contraponer de modo radical las realidades mundanas con las espirituales (cosa generada desde una mala interpretación de los escritos joánicos). Entre Dios (Trinidad) y el hombre (cultura), no hay separación: en la encarnación amanece una bella correlación entre ambos (Jn 1). La Comunidad de los amigos de Jesús de Nazaret ha de hacer brillar en el mundo la verdad de su fundador, de modo que el evangelio nunca deje de inculturarse o encarnarse.
– Las ciencias empíricas, las ciencias humanas, y el conocimiento fiducial, son integradas ahora en un mismo esquema. Mientras que la ciencia se interesará por los análisis de los datos, hechos, fenómenos, operaciones, resultados, energías y procesos; la teología se encargará del sentido último de las cosas, valores, ideales, normas, decisiones y actitudes. Por tanto, mientras que la primera disciplina analiza el cómo; la segunda reflexiona sobre el qué y el para qué. El credo ut intellegam e intellego ut credam (creo para entender y entiendo para creer) de Anselmo ha de ser constantemente actualizado en el saber teológico.
– La Verdad ya no se manifiesta únicamente en los ministros consagrados, como se pensaba en la Edad Media, utilizando el miedo y la obediencia con la intención de acaudalar poder. ¡La Verdad de Jesús se encarna, sobre todo, en la muchedumbre! ¡En el Reino de Dios! ¡Especialmente en los anawin (pobres)! Ellos son los principales destinatarios de la Buena Noticia (Mc 1, 15; Mt 4, 17; Mt 5; Mc 4, 26- 29; Lc 12, 13; LG 9-17). Las Iglesias, será el lugar donde los amigos de Jesús se reúnan para celebrarle.
– Se acepta con todo esto, el valor de la autonomía del individuo en particular (Lutero y GS 41) y de las realidades terrestres y del ideal democrático en general (GS 31, 36, 75).
– El aggiormamento del programa o declaración de intenciones del Concilio Vaticano II, aún todavía por desarrollar, y los simbólicos encuentros interconfesionales de Juan Pablo II en Asís, revelan la nueva etapa que tiene como meta el fenómeno ecuménico. Para ello, hay que sudar pedaleando en montañas pirenaicas para alcanzar la meta y arrancar el lazo del centralismo y legalismo romano, el moralismo irracional y el triunfalismo –tan extendido desde la Edad Media y criticado por los hermanos conciliares- y volver a la colegialidad (los cinco patriarcados) de los orígenes del cristianismo.
La esperanza de este nuevo rumbo de renovación representa un testimonio para el no creyente, que ve, a veces, en los Amigos de Jesús el contrasentido de no aceptar los recursos, los soportes y los valores de hoy que les pueden llevar a una vivencia más profunda y verdadera de la fe cristiana. Embarcarse en esta singladura ecuménica es labor y responsabilidad de todos los cristianos. Volver a repensar las intuiciones del primer papa católico (Gelasio I, s. V, asentadas en la falsificación de la epístola de Clemente en la que supuestamente Pedro nombra a su sucesor) y reabrir la puerta de los patriarcados es una tarea tanto dolorosa como apasionante. Aceptar este proyecto de unidad, en la riqueza igualitaria de la diversidad, sería un testimonio de Iglesias cristianas en la que todas conformasen un mismo plan y aspiración: ser sarmientos en la Vid (Jn 15, 5). Desde el caminar de las Iglesias, que descansen en la misión de una misma Iglesia:
Serían ortodoxos, aquellos que,
preocupados por la verdad de Dios,
se ocupasen de la enseñanza del Evangelio
y el catolicismo con inigualable pasión.
Serían católicos, aquellos que,
preocupados por la continuidad y la universalidad,
se ocupasen de la enseñanza del Evangelio
y la ortodoxia con inigualable humildad.
Serían evangélicos, aquellos que,
preocupados por la Escritura,
se ocupasen de la enseñanza de la fe,
ortodoxa y católica, con inigualable sencillez,
siguiendo perennemente las huellas,
y el auténtico rostro, de Jesús de Nazaret.
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